Capital Cultural www.chileb.org: July 2007

Thursday, July 05, 2007

Chillan-Santiago


A estas alturas de mi vida (nunca tanto tampoco, acabo de cumplir 25 años) se puede decir que he vivido la mitad de mi tiempo en Chillán y la otra en Santiago. Ambas ciudades, para bien o para mal, han marcado mi existencia.

No sé cuantas veces he viajado desde Santiago a Chillán (o viceversa... Lo cierto es que en mi caso, como nací en Santiago, Santiago-Chillán fue el primero que hice). Son muchas, 500, tal vez más. Desde que tengo uso de razón -y antes también- he recorrido estos 407 kilómetros por motivos familiares, académicos y sentimentales. Con o sin autopistas, en tren o en auto, me sé de memoria buena parte del camino: pueblos, ciudades, curvas, montañas, etc....
Recuerdo claramente aquellos viajes familiares. Como de chico me cuesta dormir en los autos, no me quedaba otra que sentarme en el asiento de atrás -al medio, por supuesto-, observarlo todo y hacerle preguntas imposiblemente estúpidas a mi papá. Y si papi me mandaba al carajo, entonces me dedicaba a adivinar las marcas de los camiones, a contar los distintos autos que se nos cruzaban (quizás por esto a los 5 años me sabía todas las marcas de autos), o a jugar uno de los 2 mil juegos que inventé para entretenerme en el camino.

Por suerte, mi vida siempre ha fluctuado entre estas dos ciudades. Digo por suerte porque no me podría quedar con una si me dieran a elegir: son tan distintas, tan amables y odiables al mismo tiempo, que necesito tener la certeza que me puedo escapar a la otra cuando me hastío en un lugar... tener la tan preciada vía de escape.

Una ciudad se define por su gente, me parece. Esa es la gran diferencia.

En Santiago, la gente vive su vida. Eso permite que surjan seres raros, gente distinta, que te plantea el hermoso problema del cambio, pero la horrible sensación de sentirse una isla en medio de... otras islas.
En Chillán, en cambio, todos viven la vida de todos. No hay sorpresas, no hay trucos, "es lo que hay" como diría alguien por ahí. El mundo se reduce a un puñado de gente conocida, los mismos de siempre. Los mismos que uno ha pelado mil y una vez, y que termina abrazando como al más entrañable amigo gracias al interminable alcohol del carrete chillanejo.
En Chillán todos tienen su espacio, mientras no infrinja las secretas leyes de la sociedad chillaneja, claro está. Hay un rol para cada uno: hay un tonto, un inteligente, una mina rica, una fea, el deportista, el borrachín, la niña hippie, etc. Es el sueño de la vida en comunidad, llena de envidias y mala leche, es cierto, pero comunidad al fin y al cabo. Y aunque parezca raro, esa sensación, la de pertenecer a algo, se termina extrañando.

El dilema entre ser (y creerse) chillanejo o santiaguino siempre me ha seguido, pero creo que el chillanejo que llevo dentro se termina imponiendo. Como los políticos, Santiago es una ciudad llena de promesas, de sueños por cumplir... pero alguien que creció en Chillán sabe que los sueños, la promesas, son tan reales como los políticos.


JSV